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miércoles, 24 de diciembre de 2014

“¿Cómo te amo? Voy a contar las maneras”. ELIZABETH BARRET BROWNING.





 
Estas dos frases llamaron la atención tanto a John que decidió visitarme, junto con Yoko. Ella fue la que me comentó que se sentían los Robert y Elizabeth Browning del rock. Robert y yo nos habíamos inspirados mutuamente. Y John decidió que de mis poemas a Robert podría componer las más bonita canción de amor para Yoko.
Vinieron a verme a Florencia, lo cual me sorprendió mucho, pero…. así es la vida, la vida está hecha de pequeños momentos que te van sorprendiendo. Querían que les contase mi historia. Supongo que ya la conocían pero me apetecía contarles mi historia de amor, cosas de viejas.
Así que me senté en mi Piazzale Donatello en Florencia y, mirando hacia el Arno, empecé a recordar cómo conocí a Robert. Esa ensoñación me llevó al principio y decidí contarles la historia al completo, para que así lo entendieran todo.

El abuelo Edward Barret tenía plantaciones en Jamaica, en la Colina de la Canela, Cinnamon Hill. Vivían muy acomodadamente allí pero el abuelo decidió educar a los nietos en Inglaterra. Así que papá, Edward, el mayor de los nietos, se educó en Harrow y Trinity College en Cambridge. Cuando estudiaba en Cambridge conoció a mamá, Mary. Ella era la hija mayor de un comerciante muy rico de Newcastle, amigo de la familia. Tuvieron que luchar con la oposición de la sociedad del momento y el círculo de amigos de las familias ya que mamá era mucho más mayor que papá (siete años había de diferencia entre ambos). Pero papá estaba acostumbrado a salirse con la suya. En su disculpa diré que estaba acostumbrado a manejar dinero desde muy joven y era natural en él ejercitar su poder. Yo creo que papá pensaba que era su obligación mandar, algo así como un mandato divino. Mamá era muy femenina, creo que demasiado incluso, y no suavizó el carácter estricto de papá. Tampoco creo que tuviese mucho tiempo para dedicarse al carácter de papá teniendo doce hijos en diecinueve años. Cuando se casaron, se fueron a una propiedad que tenía mi abuelo, por parte de madre, en el condado de Durhan. Y nací yo.
Nací el 6 de marzo de 1806. Fui la primogénita, el juguete de la familia, y todos alababan mi carácter gracioso y divertido. Creo que el que más me quería era mi tío Samuel Barret, pero falleció pronto. Eso sí, me dejó en herencia unas inversiones que luego serían mi garantía de independencia, pero eso ocurrió después, cuando tuve que huir de casa.

Cuando tenía cuatro años nos trasladamos a los alrededores de Lendbury, al oeste de Inglaterra. Y allí viviríamos durante unos veinte años. Allí nacieron mis hermanos y yo empecé a dedicarme a la lectura y a mi producción de poemas y pequeñas obras de teatro que luego representábamos todos mis hermanos. En la casa de Lendbury conocí a Pope, Byron y Coleridge, a los autores griegos y los leía como si fuese una estudiante de Oxford en la Biblioteca Bodleiana. Aquella casa era mi paraíso particular, con sus jardines y bosques, que me sorprendían con los cambios de estación. Aún recuerdo cuando se produjo una gran tormenta y vi como un rayo desgajaba un árbol frente a mi ventana y le despojaba de la corteza, que salió volando lanzada por el aire. El árbol quedó desnudo, mostrando un tronco pelado, sonrosado, sobre el que la cicatriz del rayo destacaba de forma casi sobrenatural, como un indicio de una muerte segura.
Me gustaba mucho la poesía y disfrutaba con ella. Recuerdo haber escrito con ocho años el poema “Aníbal atravesando los Alpes” que decía
“Down the steep hills fell Elephants and Men,
Into vast Gulphs or solitary den
Where horrifid fiends were gathering far and near….”

(“De escarpadas laderas soldados y elefantes / cayeron a las aguas o a solitarias cuevas / donde por todas partes surgían horribles enemigos…”)

Recuerdo encargarle a mamá que me hiciera copias de los poemas para venderlos después entre amigos y familiares. Llevaba la contabilidad de mis “ventas”  y más de una vez le tuve que recordar a mamá que me debía algunos chelines. De mi poema épico “La batalla de Maratón” papá encargó cincuenta ejemplares. Ya tenía clara mi ambición literaria. La literatura era para mí la estrella que iluminaría mi vida, mi sello, mi impronta y estaba decidida a alcanzar la fama literaria.

Pero cuando más feliz era, ya con catorce años, una mañana, decidí ensillar mi caballo y me caí hacia atrás con la silla encima. Y me hice daño. Empezaron los dolores de cabeza, que podían durar hasta siete semanas, luego el dolor iba viajando por mi cuerpo hasta alojarse en mi lado derecho. Era insoportable y los ataques de dolor podían durar de quince minutos a una hora entera. Con esta caída y sus horribles consecuencias se acabaron mis juegos por el bosque y mis salidas a caballo. Llegué incluso a tomar opio para mitigar el dolor y me refugié en la literatura.
Seguí estudiando griego, latín, hebreo, italiano, español y alemán. Me distraía traduciendo e incluso intenté hacer poemas en italiano. Me atraía la libertad de Italia, las luchas por la libertad en España y me preocupaba por la esclavizada Grecia. Celebré mis diecinueve años publicando en la prensa, cosa algo inusual para la época. Y así empecé a colaborar con revistas literarias.
Pero, cuando tenía veintiún años, mamá falleció y volví a recaer en mi enfermedad. Además papá empezó a tener problemas con las plantaciones de Jamaica: tuvimos muchas pérdidas y con la abolición del tráfico de esclavos la situación se hizo insostenible hasta la rebelión de febrero de 1832, cuando muchas plantaciones quedaron destruidas por el fuego. Aunque las nuestras no fueron quemadas sí empezamos a tener problemas para mantenerlas. 

Papá decidió desprenderse de mi paraíso en Herefordshire, vendió la casa de Hope End, y nos fuimos a Devonshire. Allí, en Sidmouth, traduje el Prometeo encadenado de Esquilo y publiqué más poemas. 

Pero a finales del verano de 1835 papá decidió que nos fuésemos a Londres, a la zona de Gloucester Square. ¡Qué mal lo pasé con este último cambio! Toda la ciudad parecía estar envuelta en frío, niebla y oscuridad. Tampoco me sentía mucho mejor en Londres y me refugiaba en mi reposo. Ya todos me consideraban una inválida. Hui de la realidad y me instalé en mi literatura. Así que, a finales de mayo de 1838, publiqué The Seraphim and Other Poems en un momento bastante oportuno para el panorama literario de entonces. Shelley, Keats, Byron y Coleridge habían desaparecido, ¡qué grandes poetas románticos! ¡Ya tenía yo un nombre en el mundo literario de Londres! Mi sueño de tener fama literaria se estaba haciendo realidad.

Pero entonces papá decidió que nos mudásemos a Wimpole Street, a la casa más lúgubre que creo podría haber encontrado. Mi salud volvió a empeorar, tanto que creyeron que padecía tuberculosis. Los médicos querían que me fuese al sur de Europa; papá, por supuesto, se negó tajantemente. Mis hermanos mediaron y al final me enviaron a Devon, en el suroeste de Inglaterra, donde pasé los tres años más tristes de toda mi existencia. En esos años murieron personas muy allegadas a mí: primero,  mi tío Samuel, al que quería profundamente, y cuya muerte me dolió en extremo. Después también falleció mi médico de Torquay y, posteriormente, se iría mi hermano Sam. Y si todo esto no fuese suficiente, mi hermano favorito, Edward, que estaba conmigo en Devon, en contra de la opinión de papá que quería que trabajase con él en Londres, también desapareció un día que había salido a navegar. Edward estaba conmigo porque yo había exigido que así fuese. No podía evitar sentirme responsable de su muerte, aunque nadie me culpó de ella.
Me hubiera vuelto loca si no me hubiese refugiado en mi carrera literaria. Así que regresé a la triste Londres y me encerré en mi habitación, mi jaula dorada, a la que sólo podían acceder familiares y muy pocos amigos. Seguí trabajando en la lengua griega escribiendo artículos sobre los primitivos Padres Griegos de la Iglesia, sobre autores ingleses y publicando poemas. 
Y así fue como Robert entró en mi vida.
Le gustó mucho mi poemario Poems, que se publicó en agosto de 1844. Yo sabía de él por su producción literaria y le mencioné en el poema “La corte de Lady Geraldine”. Esto debió gustarle mucho porque en enero del año siguiente recibí una carta suya que me trastornó. Llegaba a decirme amaba mi poesía y a mí. No podía creer que alguien de su valía me dedicara esas palabras.
My letters! all dead paper, mute and white!
And yet they seem alive and quivering
Against my tremolous hands which loose the string
And let them drop down on my knee tonight.

This said, -he wished to have me in his sight
Once, as a friend: this fixed a day in spring
To come and touch my hand… a simple thing.
Yet I wept for it! – this, … the paper’s light…

Said, Dear, i love thee; and I sank and quailed
As if God’s future thundered on my past.
This said, I am thine –and so its ink has paled.
  
Whith lying at my heart that beat too fast.
And this… O love, thy words have ill availed
If, what this said, I dared repeat at last!

(¡Mis cartas! ¿Papel muerto, tan silencioso y blanco! / Parecen, sin embargo, vivas y temblorosas / entre mis manos trémulas que desatan la cinta / y las dejan caer sobre mi falda esta noche. / En ésta me decía que deseaba verme / una vez, como amiga; ésta acordaba fecha / para tocar mi mano en primavera. ¡Simple deseo / que provocó mis lágrimas! Este papel ligero decía: / Querida yo te amo; me estremecí humillada / cual si oyera el futuro de Dios tronando en mi pasado. / Soy tuyo, dice otra, con tinta ya borrosa / tras pasar tanto tiempo estrechada a mi pecho. / Ésta dice…. ¡Amor mío, profanaría tu carta / si osara repetir lo que dijiste en ésta!)

Empezamos a escribirnos, casi diariamente. Yoko y John me comentaron que nuestra correspondencia fue publicada diez años después de la pérdida de Robert, y que luego se reflejó en una película que, según ellos, no nos hacía mucha justicia (The Barrets of Wimpole Street), pero que narraba nuestra fantástica historia.
Y así empezó nuestra historia de amor. Robert insistía en conocernos personalmente. Yo esquivaba sus peticiones pidiendo más tiempo. Tenía miedo de defraudarle cuando me conociese personalmente. Y ese miedo se reflejó en mis sonetos.
What can I give thee back, O liberal,
And princely giver, who hast brought the gold
And purple of thine heart, unstained, untold,
And laid them on the outside of the wall.

For such as I to take or leave withal,
In unexpected largesse? am I cold,
Ungrateful, that for these most manifold
High gifts, I render nothing back at all?

Not so; not cold, -buy very por instead. (…)

(¿Qué podré yo ofrecerte a cambio, generoso, / principesco dador, que has traído la púrpura / y el oro de tu limpio inmenso corazón / y lo has extendido a lo largo del muro/ para que yo esta dádiva inesperada pueda/hacer mía si quiero? ¿No soy agradecida, / soy fría, acaso, puesto que por estos espléndidos / y magníficos dones no te devuelvo nada?)
Cuando ya no me quedaban argumentos para dilatar el encuentro, nos conocimos. Era el 20 de mayo de 1845. Lo que pasó en aquella primera cita siempre quedará grabado en mi memoria, pero nunca lo haré público. Pero sólo diré que Robert fue autorizado a visitarme tres veces en semana y a escribirme. Y así seguimos meses y meses.

Papá nunca se dio cuenta del amor que surgía entre nosotros. Si se hubiese dado cuenta hubiera cortado el contacto inmediatamente porque él se habría opuesto en el acto. De todas formas yo sabía que contaba con la herencia de mi tío Samuel y de mi abuela materna. Planeamos casarnos en secreto y fugarnos juntos. Huir de la oscuridad de la casa de papá. De esta época son los sonetos que luego publicaría como Sonnets from the Portugese (Los sonetos de la dama portuguesa).
Indeed this very love which is my boast,
And which, when rising up from best to brow,
Doth crown me with a ruby large enow
To draw men’s eyes and prove the inner cost.

(Ciertamente, este amor, este amor que es mi orgullo / me corona, al subir desde el pecho a la frente, / con un rubí brillante de espléndido tamaño / que trae las miradas mostrando valor hondo).


Yo guardé el manuscrito en secreto durante años. John y Yoko se sorprendieron al saber que mantuve en secreto mi poemario. Mis poemas eran muy íntimos para mí y se los oculté a Robert puesto que imaginaba el escándalo que le supondría su publicación. Era demasiado íntimo y personal, ya que reflejaba la evolución de nuestro amor y por eso nunca quise publicarlo.
Pero cuando falleció la madre de Robert, a la que estaba muy unido, él se entristeció mucho. Me volví fuerte y llena de energía, dispuesta a apoyarle y darle ánimos para que superara ese golpe que le había dado la vida. Y un día me acerqué a donde estaba sentado y le di el manuscrito con los poemas que había compuesto sobre él.
How do I love thee? Let me count the ways.
I love thee do the depth and breadth and height
My soul can reach, when feeling out of sight
Fort he ends of Being and ideal Grace.
I love thee to the level of everiday’s
Most quiet need, by sun and candle-light.
I love thee freely, as men strive for Right;
I love thee purely, as they turn form Praise.

I love thee with the passion put to use
In my old griefs, and with my childhood’s faith.
I love thee witha  love I seemed to lose.

With my lost saints, -I love thee with the breath.
Smiles, tears, of all my life! – and, if God choose,
I shall but love thee better after death.

(¿De qué modo te quiero? Déjame que lo cuente. / Te quiero con la hondura, con la anchura y la altura / a que llega mi alma, cuando a tientas rastrea / la infinitud del ser y la suprema gracia. / De igual modo te quiero que las tareas diarias / con su ritmo tranquilo en el día y la noche. / Con libertad, lo mismo que se ama a la Justicia; / en puridad, como alguien que huye de las lisonjas. / Te amo con la pasión que puse en otro tiempo / en mis penas pasadas; y con mi fe de niña. / Te amo con el Amor que parecí perder / con mis santos; te quiero con las risas, las lágrimas / y alientos de mi vida. Y si Dios lo quisiere / no dejaré de amarte mejor después de muerta. )


Robert insistió en que los publicásemos. Yo dudaba y no entendía por qué Robert quería publicar un poemario tan íntimo. Finalmente decidimos llamar al poemario “Los sonetos de la dama portuguesa” (Sonnets from the Portuguese). Y así me conocieron John y Yoko: en una de las incontables reediciones que llegó a sus manos y se identificaron con nuestra historia. Fallecí en los brazos de mi amado en junio de 1861 y él me enterró en el cementerio protestante de Florencia.

Beloved, thou has brought me many flowers
Plucked in the garden, all the summer through
And Winter, and it seemed as if they grew
In this close room, nor missed, the sun and showers.

So, in the like name of that love of ours,
Take back these thoughts which here unfolded too.
And which on warm and cold days I withdrew
From my heart’s ground. Indeed, those beds and bowers

Be overgrown with bitter wees and rue.
And wait thy weeding; yet here’s eglantine.
Here’s ivy! –take them, as I used to do

Thy flowers, and leep them where they shall not pine.
Instruct thine eyes to keep their colours true,
And tell thy soul their roots are left in mine.

(Muchas veces, Amado, me has regalado flores / de tu jardín, cortadas en invierno y verano, / y parecían crecer en esta oscura sala / cual si no recordasen los soles y las lluvias. / Así pues, en el nombre también de este amor nuestro, / los pensamientos míos te ofrezco como un ramo / que fui espigando en días ya cálidos, ya fríos, / de mi pecho en el huerto. Cierto que en mis arriates / hay muchas malas hierbas y se extiende la ruda, / y debieras limpiarlos; pero ¡eglantinas tengo / y yedra! Acógelas, como hice con tus flores, / y manténlas en sitio donde no se marchiten. / guarden tus ojos vivos sus colores, y tu alma / recuerde que en la mía su raíz permanece. )
  


Veo como cae la tarde en la Piazzale Donatello en Florencia y el Cimitero degli Inglesi está cerrando sus puertas. Una pareja sale abrazada. Se han pasado la tarde sentados al lado de mi tumba y les he contado nuestra historia, Robert, una vez más he repasado todos los bellos momentos que nos hemos regalado y que ahora vuelven a la vida cuando alguien lee mis poemas, esos que te escribí cuando me empezaste a amar.