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viernes, 2 de mayo de 2014

IV CARRERA GARGANTA DE LOS INFIERNOS. JERTE. ABRIL 2014. Crónica de me asomé al Olimpo de los Dioses del Ultrafondo y acabé sintiéndome como Dante en su Divina Comedia.

Llegamos a Jerte, a su Plaza de la Independencia, para recoger dorsales, tomar café y revisar el estado de las “armas” dispuesta a afrontar la batalla. 








También aproveché para hablar con la gente de la plaza sobre el Proyecto 101 kilómetros de solidaridad, AECC Huelva, conocido a través de Dani Díaz Ponce.




 El ambiente increíble.




Empecé a ver Dioses del Olimpo del Ultrafondo. Saludé al gran Kikeakelarre de los Infiernos, que se había pasado la semana comentando en Facebook el estado de la carrera, la climatología y dando consejos y contestando a comentarios incansable, como imagino sube las cuestas del Reboldo, incansablemente.

También saludé a la magnífica pareja formada por Paco y Zsuzsanna


Tras el control de meta, pisada de alfombra verde, me dispongo a ubicarme en el arco de salida. Ya sabía que iría al final y los tiempos de corte daban vueltas en mi cabeza como las fieras amenazantes de Dante en su Divina Comedia (el león, la loba y la pantera eran los tres tiempos de corte que determinarían mi participación).


Tras unos minutos eternos, tomé la salida y pasamos por calles del pueblo con mucha gente, animando, hasta llegar a la explanada del Puente Largo (sitio bonito “pá reventá” que cumplía los requisitos del paraíso: naturaleza, río que corre limpio, sitio “pá” tirarte y dormir y un chiringuito abierto).
Allí me esperaba el gran H+QNC, Abencio Cañas, gritándome la arenga pretoriana, requisito previo a una carrera: "Me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones felix, leal servidor del verdadero emperador Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada, y alcanzaré mi venganza en esta vida o en la otra. Hermanos!! Lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad. Tomares Vincit!!!".


Una vez cruzado el río por el Puente Largo, empecé a subir (y va una subida), por una pista asfaltada (la única que se pisa en todo el recorrido, que ya es difícil eso en una prueba): La Zalama.


Tras un rato de subida por un tramo de pista, se llega al Sendero de la Fuente de Las Latas. Y se sigue subiendo (y van dos subidas). 


Eso sí, subes por un bosque de castaños que te hace sentirte perdido en una jungla. Estoy en territorio de El Reboldo.

Cuando se terminaba la subida de la Fuente de Las Latas, nos desviaron a la derecha para… oh sorpresa!! seguir subiendo por otro tramo de pista forestal. Entonces … no me lo podía creer…. una bajada, suave, que te permitía correr y soltar piernas, pero bajada al fin y al cabo. Y de nuevo dentro del bosque-jungla de El Reboldo.
  
Pero la bajada terminaría pronto. De nuevo retomé la tónica general de la carrera, las subidas. Esta vez por la pista que llevaba a Los Pilones (y van tres subidas). Me asombraba de seguir corriendo y subiendo (gerundios que no suelen coincidir en mi práctica deportiva), pero como dice el refrán “todo lo que se sube hay que bajarlo”. Así que a bajar por un sendero que te llevaba a la pista forestal de Las Merinas. En palabras de la organización iba a ser “una trepidante bajada”, lo cual traducido a mi lenguaje de corredora popular era bajar con mucho cuidado porque la caída estaba asegurada. Pero iba cobrando confianza con el suelo y me atrevía a correr, saltar, eso sí en pequeñas dosis que no está ya una para sustos con estas edades.

A continuación retomé la tónica de la carrera, es decir…. a subir de nuevo (y van cuatro). Esta vez por un sendero que enlaza el Centro de Interpretación de la Naturaleza con los Pilones.  Y así seguí subiendo, y subiendo, rodeada de robles y con unas vistas impresionantes. Uno sabía lo alto que iba por lo cerca que se veían las cumbres nevadas de las sierras próximas. Y disfrutando del paisaje, y sin parar de correr, se llega al Chorrero de La Virgen. Los ojos dolían de lo verde que estaba todo.

Entonces empezaba una zona, según la organización llana, ya te digo yo que era un falso llano, que te llevaba a …..  otra subida!!! (y van cinco). Yo ya no distinguía el llano de la bajada y todo era subida, pero había que seguir y vamos que nos vamos. Porque, ahora sí, sabía que venía la gran bajada a Los Pilones (Garganta de los Infiernos). Una bajada espectacular en la que recordaba a un ciclista que se había caído y que las zarzas habían frenado su descenso peligroso hasta el agua (no digo más!!). Pero era bajada y yo iba bien de tiempo y de fuerzas. Así que a disfrutar a tope de la bajada y del paisaje, que tampoco se podía mirar mucho que no había que perder tiempo. Para eso ya me había hecho el 75% del recorrido dos días antes: para ver paisaje y hacer fotos.
 Se llega a Los Pilones, se cruza el puente, y …. a subir!!!! (y van seis). 

A subir por un sendero de cabras que giraba a la izquierda y no bajaba, seguía subiendo (y van siete) durante unos tres kilómetros, dejando Los Pilones a la izquierda y viendo como había agua por todas partes: cascadas a tu derecha, chorreras, todo verde…. El corredor escoba, Carlos, que ya se había convertido en mi escolta oficial, me recordó que ésta era la parte en la que no podía lesionarme ni había salida porque el 

terreno era complicado. Así que había que tener cuidado para no liarla, claro. Y disfrutando de la subida (¿?!! sí, sí, disfrutando) llegué a la Garganta Chica, punto en el que empezaba, según palabras literales de la organización, “la técnica y espectacular ascensión hacia el Puente Carrascal”. O sea, a subir!!!  (y van siete).

El ascenso era ya de nota (para mí, claro). Un senderito, técnico no, lo siguiente, en zigzag, hasta llegar tan alto que tocabas casi la nieve de la cumbre de al lado. Eso sí, unas vistas impresionantes de la Garganta Chica que se veía a la izquierda, por ahí abajo, muy abajo. Después de unos minutos de terreno llano (no sé yo como había algo llano ahí arriba), volvimos a … subir!! (y van ocho) por un sendero pedregoso, vamos pura piedra, sin “ná” de tierra. Y así se seguía subiendo hasta llegar a una ligera bajada (que yo ya veía como subida falsa) que cruzaba el arroyo de Los Gavilanes. Pero esto seguía y claro, como se había bajado, ligeramente, pero bajado, a subir (y van nueve) por el sendero que alcanzaba la parte más alta de la carrera. Menos mal que ando rápido, y que todavía podía mantener el ritmo alto andando. Porque si no…. en el Puente Nuevo terminaría mi aventura.

Cuando llegué a la parte más alto, claro, ya no se podía subir más, empecé a descender hasta el Puente Carrascal.  
Una vez que lo cruzas recorrí un sendero desde el que veía por donde había llegado, por supuesto iba subiendo (y van diez) hasta el cerro de La Encinilla, donde enlacé con la Ruta de Carlos V. Entonces empecé a bajar, creo, por una calzada que no hacía más que pensar cómo había ido por ahí el pobre de Carlos V, medio impedido con la gota de la que padecía y llevado en parihuela, un numerito vamos. En esos pensamientos andaba yo cuando llegué al Puente Nuevo, el del ya nombrado Carlos V.



Creía haber llegado al paraíso, pero sólo estaba en la mitad de la carrera. 

Allí me ofrecieron un estupendo chocolate los muy simpáticos encargados del avituallamiento, como todos los anteriores, y vamos que nos vamos. Intenté comunicar que seguía viva pero la cobertura por aquellos parajes estaba de vacaciones. 
Como no había tiempo para más, pues otra vez p’adelante y claro… había que subir (y van once). Ahora volvía a El Reboldo, cruzando un bosque de helechos propio de una fábula. Pero antes de llegar a los helechos tuve que subir por un sendero, trocha, o lo que fuese, estrechito como nunca antes, sorteando pedrolos y con las piernas algo más que machacadas ya. Y así, con más voluntad que otra cosa, me planté en medio de los helechos.


Claro, cuando vi que el suelo era menos pedregoso y que tenía más tierra bajé un poco la guardia…. y me caí cuan grande era (metro setenta) y me quedé un poco “atontá” en el suelo como diciéndome “¿ahora te caes so torpe?”. Estaba tan cerca del siguiente control que alguien me cogió de la espalda y me levantó porque yo no era capaz de ponerme en pie. Resultado de la caída: pie izquierdo “odido”, el tobillo concretamente, costado izquierdo magullado y mano hecha polvo.
Carlos, el corredor escoba, estaba tela de preocupado cuando vio cómo se me hinchaba la mano y como iba aumentando mi cojera. Sólo una vez me sugirió el camino de evacuación. Le contesté aquello de “caer sólo nos obliga a levantarnos” y “un pretoriano no se queja jamás de dolor, cansancio, dureza o de lo que sea”. Así que seguimos. Yo con la manita levantada (pose algo tontita) porque si la bajaba se hinchaba más. Y el pie cuando se calentó, y vio que no iba a parar, dejó de quejarse y tiramos para arriba. Para variar (sigo con la subida once).
  
Cuando llegué a los canchales que coronaban el cerrito, por llamarle de alguna forma, me lavé con agua en el avituallamiento, di las gracias a los aplausos que me dieron por llegar como iba adonde había llegado, y encaré un descenso… “divertido”. De los hay que ir controlando vamos. Era una bajada técnica entre robles con un arrochuelo, “regato” le dicen por esas tierras, en paralelo. Hubo un ligero descanso en ese descenso con el tramo de pista forestal, pero nada más llegar a la zona del Collado de Los Lobos, había que volver a meterse por El Reboldo y sus toboganes, subibajas y trochas. Todo perfectamente balizado, pero había veces que ya no sabía para donde mirar. Si para abajo para no caerme otra vez o para arriba para seguir las balizas.

Y con estas dudas iba yo por el sendero entre robles, castaños y una vegetación apabullante, propia de un relato sudamericano. Y vamos otra vez, otra vez para arriba (y van…doce) hasta el Collado de Las Losas para enlazar otra vez con la Ruta de Carlos V (por cierto que debe ser una pasada ir de Tornavacas a Yuste, pero en plan senderismo, que yo no vuelvo a correr por estas cumbres) y bajar un poquito.
La bajada la agradecí como lluvia en primavera. Mis piernas necesitaban soltarse un poco y el pie aguantó un ratito de trote cientounero, porque yo ya no podía correr más rápido. Cuando terminas ese descenso, vuelve aparecer un carrilito estrechito que iba para …. arriba!!! (y van trece). Esto ya era el infierno de Dante en su Divina Comedia con todas sus palabras. Yo iba sustituyendo los infiernos de Dante por las subidas que tiene esta carrera, dura carrera. 

Ya estabas viendo Jerte a tu derecha y tu cerebro protesta porque te vuelven a alejar del pueblo y para subir además. Sientes que tu cuerpo se resiste y que las piernas se bloquean, pero era la parte final y había que echar el resto. Así que el sendero sube con una pendiente ….. (sin palabras) hasta coronar El Reboldo (se me va a olvidar pronto el nombre a mí vamos!!).
Subiendo para El Reboldo nos cruzamos con personal voluntario (asustaíto de verme las pintas con las que iba, pero ya, a estas alturas, no era plan de abandonar). Pero el ver Jerte a la derecha, aparentemente cerca, te anima a seguir. Ya no sé si subíamos o bajábamos, si llaneábamos, pero cuando podía trotaba y cuando no, andaba lo más rápido que pudiese.  
Es el momento en que te abroncas por meterte en estas cosas, cuando a ti lo que te gustan son las tres cifras. Pero claro…. la aventura es la aventura y el paisaje y la gente que organiza una carrera lo merecen todo. Más cuando ves lo bien organizada que está y la voluntad que le han echado. Apretaba la calor. No tenía ya ni hambre, solo sed y ganas de meter el lado izquierdo de mi cuerpo en hielo para que dejara de hincharse sospechosamente. Y así me encontré con que Carlos, el corredor escoba, decía “ya estás a dos kilómetros”. No me lo podía creer. Todo el esfuerzo, sobre todo desde la caída, estaba a punto de pararse. Dos kilómetros!!! No podía ni calcular cuánto tardaría en hacer los dos kilómetros. Eran sólo dos kilómetros. Y eso me llevó hasta la pista que descendía hasta Jerte.
Y así nos plantamos en el Puente Largo de Jerte, a las 16.00 horas, con más magulladuras que cuando jugaba de chica en el patio del colegio y deseando mandar a paseo la mochila y que alguien me curara con betadine la mano (que ya no podía cerrarla de lo hinchada que estaba).
Creí que no iba a haber nadie en la calle, pero sí, había gente, animando y gritando que no parase, que llegase a la plaza, a la meta.


 
Y llegué. Y sólo decía “agua, betadine”. No era capaz de decir nada más. Cuando estaba en mitad de la cura (gracias a los voluntarios que aguantaron hasta el final: al que me curó, a la señora que me buscó mi bolsa de corredora, a la señora que me acercó el bocadillo magnífico que me supo a gloria), oigo mi nombre por megafonía. No sabía para qué me llamaban y el que me curaba me dijo que me fuese a la zona de meta, que me esperaría a terminar la cura. Y fui. Pero yo estaba medio sonada. Y ví que había dos mujeres junto a mí, duchaditas y arregladitas, con una pinta de fieras del ultrafondo que yo me quedé muerta pensando qué hacía yo ahí con ellas. Pero ellas, amabilísimas, me preguntaron por las heridas, por cómo me encontraba y me daban la enhorabuena. Besos, sonrisas (manita levantada con betadine chorreando, ten cuidado no te manches) y vuelta a las curas.

Ya me reúno con Paco, Suzanne, el keniata (que no me acuerdo como se llama, ooopppsss, lo siento, soy muy mala con los nombres) y Abencio. Me siento a tomar una cerveza que era elixir de dioses y voy recuperando el control. 


Conclusión de la prueba. Es una magnífica prueba, organizada estupendamente, pero está por encima de mis posibilidades. Es muy dura, bueno dura no, lo siguiente. No sé cómo después conduje a Sevilla y a la mañana siguiente estaba de vuelta a mis clases. Supongo que gracias a la adrenalina de subidón, subidón. Creo que por la noche, durmiendo, me hice dos veces más la prueba, recordando todo lo que no podía recordar cuando estaba en meta. Siempre que pueda recomendaré esta prueba. Y yo volveré, pero de equipo de apoyo y para hacer fotos. Sugerencia para Kikoakelarre de los Infiernos: si haces una ultra maratón por el Jerte ahí estaré yo, que eso sí que es lo mío. Ponme una prueba larga y verás funcionar a un motor diésel en condiciones.

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